jueves, 10 de enero de 2013

MI CONCIERTO DEL AÑO



He visto muchos conciertos este año, quizás no tantos como hubiese querido. Muchos buenísimos, especialmente los de sonidos más duros, con bandas como The Ex, Japandroids o Mujeres pero también sonidos de la tierra como con Los Evangelistas con ese Homenaje a Enrique Morente, o el rollo slow y penetrante Low, o los siempre imperdibles entre los nacionales se agradece ver a Josele Santiago, Fernando Alfaro (me perdí al estupendo Joaquín Pascual), The Right Ons, Bigott, Maria Coma, Antònia Font, Mishima...Y me he perdido conciertos de altura como Swans, Bon Iver, Jack White, Wilco… Pero este ha sido mi concierto del año.





CUANDO DOS SON UNO: LA COMPLICIDAD REDONDA
Lunes 10 de diciembre
Auditorio Nacional de Música, Sala Sinfónica (Madrid)

Programa
I
Franz Schubert (1797-1828)
Sonata ‘Arpeggione’ para violonchelo y piano en la menor, D. 821 (1824)
Allegro moderato
Adagio
Allegretto

Johannes Brahms (1833-1897)
Tres Intermezzi, op. 117 (1892)
Andante moderato
Andante ma non troppo e con molta espressione
Andante con moto

II
Felix Mendelssohn (1809-1847)
Romanza sin palabras, op. 109 (1845)

Johannes Brahms (1833-1897)
Sonata para violonchelo y piano en mi menor, op. 38 (1866)
Allegro ma non troppo

Cuando dos virtuosos se juntan todas las cartas apuntan a que el resultado puede ser sublime. Si a eso le sumamos el estilo particular de cada intérprete, la emoción, la pasión que dota a su ejecución el resultado roza la excelencia, lo magnífico. Y si, además, existe una combinación redonda, un lenguaje fluido, una comunicación fresca entre ambos músicos entonces todo sale a pedir de boca.
La velada del lunes pasado fue de esas que pasan a la categoría de antológica o memorable. La pianista portuguesa Maria João Pires junto al violonchelista brasileño Antonio Meneses ofrecieron un recital digno de ser ejemplo de la combinación perfecta de un dúo y que supo ahondar en matices del programa elegido. Schubert, Brahms y Mendelssohn hubiesen estado orgullosos de cómo su obra puede ir más allá. Pires no tenía un excesivo protagonismo en el repertorio, excepto en las obras sólo para piano las tres Intermezzos de Brahms, de una delicia especial, un sentido Andante ma non troppo e con molta espressione; y también en la Romanza sin palabras de Mendelssohn. Pires ponía de manifiesto toda la delicadeza, la finura, el lado tierno, romántico, ensoñador. Pires mimó en su interpretación, la proyección, el carácter mágico y de estas piezas.



Las dos piezas para violonchelo y piano: la sonata “Arpeggione” de Schubert y la sonata en mi menor op. 38 de Brahms, mostraron un dúo donde todo fluye. Un Meneses virtuoso, excelente en su ejecución, en su técnica, pero también en su poder evocador. Eligieron un repertorio cargado de sentimiento, de nostalgia, de magia, de leve melancolía, pero de un enamoramiento por la vida, y sobre todo por la música.
Pires y Meneses demostraron, en mi concierto del año dentro de todas las músicas posibles que veo, que cuando dos piezas encajan forman una unidad indisoluble, impoluta. Una unidad magna, que nos lleva por senderos gozosos. Que nos transmite el porqué de lo fabuloso de la aventura del vivir y del sentir, y del gozar con la música. Cuando eso ocurre, aparece la plenitud de los sentidos. Los músicos y la música ‘culta’ que interpretan, baja a todos los estratos sociales y nos seduce furtivamente. Y el estandarte de ‘élite’ se evapora, y la música clásica se funde con la tierra, con los sentidos, con las emociones y circula por nuestras autopistas del placer. Entonces, descubrimos que todo tiene un sentido: respirar música y envolverse de ella para soportar las inclemencias de los tiempos. Los tiempos clásicos nunca mueren, siempre nos enseñan los rastros, los espejos del pasado.

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