jueves, 12 de febrero de 2015

CONCIERTO / MÚSICA CLÁSICA: MARIA JOÃO PIRES & JULIEN LIBEER









   * Conciertos que emocionan     
      
 Pasado y presente: conectando generaciones a través   de los clásicos

                XX CICLO GRANDES INTÉRPRETES revista Scherzo
   MARIA JOÃO PIRES & JULIEN LIBEER, piano (y piano a cuatro manos)
   OBRAS DE SCHUBERT, BEETHOVEN Y RAVEL
                Jueves 6 de febrero de 2015
                Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música (Madrid)

              Existe música celestial, o música reveladora e inspiradora, que te transporta a otra dimensión, que traspasa los límites musicales y que crea vanguardia frente a las tendencias musicales de su época. Un concierto de música clásica, de cámara, puede ser trascendente cuando los músicos se alían con los compositores y captan su emoción y replican la técnica, y amplían el espectro de la obra. El resultado es redondo, si además todo ello se rodea de un programa ideal. Una selección con compositores clásicos puede cautivar y parecer rompedor: compositores de la talla de Franz Schubert y Ludwig Van Beethoven con el estilo más modernista de Maurice Ravel. Resultó revelador esa combinación de clasicismos, unos más que otros, ese querer arriesgar (Beethoven con su última Sonata para piano nº32), de avanzar, de técnica (la complejidad de Ravel en ‘Le Tombeau de Couperin’ con tintes de danzas polonesas e incluso españolas), de  capacidad compositiva (esa fantasía en Fa Menor, D940 de Schubert es deslumbrante).   
         
   Luego existen intérpretes como la pianista portuguesa Maria João Pires, que saben captar la emoción y la esencia de las obras, ella misma afirma que “no se puede tocar bien una obra que no se ama”. Lo cual se olvida en muchas ocasiones, en pro de la técnica (que también, a pesar de ser evidente su presencia). Y que a pesar de su artrosis enseña y cultiva a lo nuevos talentos desde la pedagogía en diversos conservatorios y desde su propia escuela que tuvo en Portugal.

              
               El ciclo de Grandes Intérpretes cumple este año su vigésimo aniversario trayendo a Madrid a los grandes pianistas mundiales. Para esta ocasión contábamos con una pianista habitual en su programación, Maria João Pires (1944), junto a uno de sus discípulos como el joven y versátil pianista belga Julien Libeer (1987). Podría ser una de las últimas veces que veamos a la Pires.

             Y fue un encuentro sublime entre maestra y alumno. Con una magnífica conexión en las dos piezas que interpretaron a cuatro manos, con una naturalidad al pasar las partituras. De los dos Schubert (entre ellos el Lebensstürme) a cuatro manos cautivó sobre manera la Fantasía en Fa Menor, D 940 (compuesta en 1828) de Franz Schubert que contiene la esencia del universo de cámara del compositor austriaco, es pura intimidad, pura atmósfera.     

  

                En solitario, Maria João Pires, nos deleitó con la sublime última Sonata de Beethoven la Sonata nº 32 en Do Menor, op.111 (de 1822). Una sonata rompedora para su época que se compone de dos tiempos, con la fuerza del Maestoso (primer tiempo) lleno de brío, fuerza y pasión, que demuestra el carácter imponente, la fuerza, la clase y el temple del músico  alemán. Y un segundo tiempo, la Arietta, que tiene en su parte intermedia un desarrollo que podría anticipar el be bop jazzístico, es un adagio simple y cantarín. Tiene algo de sorprendente y mágico. Y la intención de prolongar los límites de la sonata y de la música clásica más allá. Y que la Pires supo llevar a su terreno, a su capacidad para emocionar y transmitir la raíz, la magia de la obra. Hechizante y apabullante.

                
          Por su parte el joven Julien Libeer, de 27 años, nos deleitó en solitario con Le Tombeau de Couperin (de 1919), una pieza deliciosa de Ravel en seis tiempos (preludio, fuga, forlane, rigaudon, menuet y tocata), dedicada a seis caídos en la 1ª Guerra Mundial. Seis tiempos con sus acentos, sus pasajes intimistas, su vivo preludio, sus aires de danza y polonesa, su magnífica elegancia, su fabulosa harmonía y el contraste de tiempos vivos con otros más reposados. Aires paganos, con toda la solemnidad que incita el homenaje, queda de manifiesto la singularidad de Ravel, su clase y virtuosidad, así como realiza un guiño a la grandeza de la vida. Libeer recoge toda la emoción y demuestra su técnica en una pieza de contrastes, donde reside la tristeza y el coraje. Toda esa combinación de dos astros, el joven y la maestra, en un diálogo abierto de respeto, de admiración y de continuación o incluso de relevo, hizo del concierto  del jueves pasado una experiencia fascinante y gozosa.


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