martes, 7 de diciembre de 2021

TEATRO / CRÍTICA TEREBRANTE de Angélica Lidell


Fotos: Julio Gallegos (c).

      

TEREBRANTE

Texto, dirección, espacio y vestuario: Angélica Lidell.

Intérpretes: Angélica Lidell, con la participación de Saité Ye, Gumersindo Puche y Palestina de los Reyes.

         Teatro Auditorio San Lorenzo del Escorial

         Domingo 28 de noviembre de 2022

        

         EL DOLOR COMO REVULSIVO

 

         Por Andrés Castaño

 

         Angélica Lidell hace años que vuela libre y a su aire, creando desde donde le sale de los ovarios. Generando su propio recorrido sin aspavientos, elaborando una magia escénica con toda su sustancia. En esa trayectoria, el ejercicio de esa libertad le lleva a buscar en los márgenes de lo escénico, a provocar al espectador, a jugar al impacto, a salirse de lo establecido y jugar con un imaginario rico en representaciones. Gusta e impacta, conmoviendo y enmudece allí por donde pasa. Signo de ello es que este montaje es una buena coproducción del festival Temporada Alta, el CDN Orléans / Centre Val de Loire, ERT Emilia Romagna Teatro Fondazione e IAQUINANDI.

         Terebrante se mueve en la acción, en lo iconográfico, en el mundo de las pulsiones y de los placeres dionisiacos, en el poder del inconsciente más mordaz y arrebatador. El foco no está en lo textual. Solo cuenta con unos breves textos, proyectados en la pantalla del fondo del escenario, escritos a raíz de declaraciones de Manuel de los Santos Pastor, El Agujetas. Buscando las causas, la raíz del flamenco en el dolor, en todo ese quejío que surge de lo vivido, de lo llorado, de lo dolido, de lo jodido. La creación tiene ese texto inicial seguido de un momento glorioso con la Lidell poniéndose unos zapatos y taconeando con las bragas bajadas. En una especie de coña cómica, prueba de fuego para no romper la lencería. Luego fuma en escena, y prolonga ese fumar al culo y al coño. No hay filtros, no hay límites. Lidell en su salsa, a su bola.



         Luego conjuga una imaginería nutrida, de corte iconoclasta, que exhibe cierta sorna y burla, donde angelitos, una bandera con un parecido a la Palestina y el revuelco de la propia Lidell en la bandera, guitarras, cuelgan sobre la escena o se estampan. Podríamos decir que Lidell roza el surrealismo o simplemente que lo atrapa por momentos. Su poder escénico es indudable. Aunque no sea vea un hilo conductor, está la causa del flamenco, la raíz de la seguiriya, por lo que tiene de oscuro y trágico. Hay algunos paralelismos con El Agujetas, aparece en escena una mujer oriental, el cantaor tenía una mujer japonesa; el cantaor también empinaba el codo de una manera excesiva, Lidell se vierte botellas y botellas de vino, cerveza y destilados, dándole algún lingotazo entre litro y litro que corre por su cuerpo. Exuda excesos, sin contención, queriendo atrapar esa esencia de la causa, de la creación. Sorprende ese momento de quietud barroca con un contratenor sentado, cantando divinamente, como arropado por ella ¿Mística ante la decadencia? ¿Belleza y barbarie al mismo tiempo?

         Con Lidell la estrategia es dejarse llevar, sorprender, impactar. No tiene mucho sentido buscar una lógica lineal. La provocación en ella reside en la interpretación del acto en sí, ella se ubica al margen del eje decoroso / indecoroso. Su juego consiste en saltarse las normas, en epatar, impactar más allá de lo que sea correcto o no. Sale a la vista su espíritu punk, su capacidad para estirar la representación y darle una vuelta a lo explícito, llevarlo a lo extremo, a lo excesivo, a la reiteración, a lo explosivo. En ese recurrir a imágenes concisas y precisas, repetirlas y coreografiarlas, exponerlas de una manera clara, hay una intencionalidad, desde luego, pero el espectador no llega siempre a desvelarla. El final es una orgía dionisiaca, un chorreo de alcohol, un estallar etílico, con un pequeña altar al cante, silla, flores mediante. Todo ello converge en un momento fin de fiesta por todo lo alto bailando Blondie, y luego con un bis del “Laberinto de Amor” de Camela no puede ser más de feria. Terenebrante, como una mezcla entre lo tenebroso del alma y el quebranto, el dolor más hondo. Vida vivida hasta el límite.