viernes, 22 de octubre de 2021

CINE / CRÍTICA / QUIEN LO IMPIDE de Jonás Trueba

 




 

         LA JUVENTUD COMO REVOLUCIÓN

 

         Quién lo impide es una canción del músico donostiarra Rafael Berrio. En el que habla de un/a quinceañero/a y de toda esa energía para comerse el mundo. De viajes y caminos posible. Es una canción cargada de posibilidades. Quién lo impide también es la última película (documental) de Jonás Trueba, basada en una inmersión en un grupo de adolescentes hasta que cumplen 18 años, votan y atraviesan una pandemia. Parte de varios proyectos, Tú también lo has vivido, Sólo somos, Si vamos 28, volvemos 28 y Principantes anteriores estrenados en 2018. De los talleres de cine que Trueba ha hecho con chavales. Aunque la semilla también estaba en La Reconquista (2016), pero ahí el foco estaba en la ensoñación, lo idílico y lo nostálgico y desde la ficción. Trueba lo presenta como “cine inmersivo en la vida adolescente”. Una manera de aproximarse de cerca a esa época tan reveladora, cambiante y definitiva de hacerse mayor, de tomar dimensiones del mundo, de la realidad, cómo enfocar los sueños y comenzar a tomar decisiones. Sólo por esa ambición el proyecto ya merece la pena. Y los resultados no sólo son logrados sino que además consigue una mirada única, honesta de esa transición, de ese hacerse mayor.

Así a priori una película de tres horas y cuarenta minutos tira para atrás. Pero cuando la creación es reveladora, como es aquí el caso, el metraje lo vale. Tiene dos pausas de 5 minutos, que sirven para ir al baño o procesar todo el contenido visto. La película ya ha sido premiada en el festival de San Sebastián, con el premio Feroz a la mejor película y un premio al mejor actor de reparto. Quién lo impide es también un homenaje a Rafael Berrio, fallecido en marzo de 2020, que aparece en el metraje con una cara de cierta satisfacción y emocionado cuando los chicos hacen una versión de su canción que da título a la película, llevada a un punto punk, un día de conciertos en Matadero.



Candela en una escena en el Metro de Madrid, volviendo de una fiesta en casa de Pablo, escuchando la versión acústica de Quién lo impide de Berrio.


Silvio y Candela cantando la versión de Quién lo impide en Matadero.


Rafael Berrio escuchando la versión de su canción.

El mayor logro de Trueba es que su curiosidad, su lado niño que reconoce en pantalla, empuja a que los chavales y las chavalas se explayen. Aunque su presencia está ahí, consigue mostrar caras desconocidas de la juventud. Logra sincerarse y esos jóvenes abran su mundo. Todo se desarrolla a raíz de unos personajes con los que te familiarizas, a los que descubres y ves evolucionar en tiempo real. Candela Recio posee una fuerza, es una líder indiscutible y tiene una capacidad para conectar increíble. Pablo, desde su carácter introvertido y reservado, aporta otro perfil. Silvio y otro Pablo presentan un lado más rebelde, musical y  contestatario. Las conversaciones entre los chavales suenan cercanas, no impostadas ni forzadas. Aparecen situaciones de mediación frente al bullying. Hay charlas en clase, y luego un seguimiento de sus andanzas, sus primeras fiestas en casa de amigos, su viaje de fin de estudios, la soledad en el dormitorio. Descubrimos una juventud concienciada, que se cuestiona, que se piensa, se expresa y sobre todo que se aísla, se siente, se habla y se comunica. La juventud no sólo son los descerebrados que hacen botellones y no piensan en la expansión de la covid19, tal como retratan los medios de comunicación. Y esa imagen del porvenir queda ahí en suspenso. La incógnita del que vendrá, de las elecciones, de los cambios. Trueba alcanza una poética sincera y fiel de esa juventud, sin querer buscarla intencionadamente. Si La Virgen de Agosto me cautivó por ese retrato de las crisis existenciales y un retrato más del centro histórico de Madrid. Quién lo impide supone un logro más (y mayor) en su carrera. Una película que nos acerca como sociedad, y descubre otros ángulos humanos. Un acierto total.



Marta votando en las elecciones de 2019.



Tráiler de la película.


jueves, 21 de octubre de 2021

DANZA / Crítica / PROVISIONAL DANZA




Fotos: David Ruiz (c).


         PROVISIONAL DANZA

 

         El baile como signo vital

 

       El domingo 10 de octubre, quinto y último día de representación del estreno absoluto de la última coreografía de Provisional Danza, asistí a la Sala Verde de los Teatros del Canal. Todo lo bueno ocurre en silencio es una coreografía inspirada en la película Días de Radio de Woody Allen, incorporando audios de la película a modo de situacionismo, de acompañamiento argumental. Todo parte de una sala de fiestas después de una Nochevieja. Carmen Werner aparece sola, como desubicada, entre restos de confeti, copas y mesas vacías. Las soledad como punto de partida.

En esta coreografía conjuga solos, con momentos de dúos o de quinteto. El cuerpo habla de soledades, de enfados, de desencuentros, de hallazgos y de encajes. Es una coreografía que vuela entre copas, humos, soledad y una resaca de fiesta que va más allá. Que explora los márgenes, las ausencias, las posibilidades escénicas de imágenes, sonidos, con la música original de Luis Martínez.

Werner con más de 25 años al frente de Provisional Danza se reinventa en cada paso. Estira las técnicas (Limón, Release, etcétera) y modos de entender la escena, la interacción del teatro, de lo textual con lo orgánico de la danza. Aquí el texto son los audios de la película de Allen. El acento reside en lo gestual, en lo situacional, en el movimiento y el poder corográfico. Werner indaga en la condición humana, en el paso del tiempo, en la soledad, en lo colectivo, en el encuentro y en lo festivo, en el dolor y en el duelo. Transita en ese eje Ausencia-Presencia, como en el de Consciente-Inconsciente. Sus coreografías dibujan esos pequeños movimientos que brotan desde dentro y salen hacia fuera poco a poco, en en manada. Pero también se explaya en lo externo. Florece el ser desde la soledad, desde el soliloquio, al diálogo grupal, al compadreo, a la gresca.

En esta ocasión salta de la habitual sala en sus estrenos, La Cuarta Pared, a Teatros del Canal. Nos encanta la alquimia de La Cuarta Pared, pero alabamos este salto porque implica reconocimiento.  El públic, atento a su carrea, acude en buen número a este último pase de Todo lo bueno Luego los cuatro bailarines que le acompañan desde hace años demuestran una conexión con su estilo (todos están inmensos pero mi mención especial es para Tatiana Chorot): versatilidad, poder escénico, capacidad de transmisión de ánimos. Y la captura del baile. Ese baile a veces lento, sosegado, al detalle. Hasta la explosión, el arrebato.

Salí de ver la pieza con el cuerpo y el alma recargados, de energía, de introspección, de un profundo diálogo interior de esos que ayudan a superar los avatares vitales. Eso es fruto de que la creación poseía sustancia. Tienen que ver Todo lo bueno ocurre en silencio porque es danza viva, porque es una manera de estar en el mundo, de encontrarse. De dialogar con el público, para que éste mire a sus adentros, escuche, se mueva y contemple el proceso. Es bueno, es danza, es dinamismo. Es el silencio que nos habla para que sigamos girando la rueda de la vida.


Próximos espectáculos de Provisional danza:
- La miel, TNT Sevilla viernes 29 de octubre y sábado 30 de octubre.
- Todo lo bueno ocurre en silencio, Teatro de la Estación, Zaragoza, sábado 6 y domingo 7 de noviembre.

viernes, 1 de octubre de 2021

CINE/ RESEÑA MAIXABEL de Icíar Bollaín

 





SANAR A LOS VIVOS. REPARAR A LOS MUERTOS.

        

MAIXABEL

De Icíar Bollaín

Guión de Isa Campo e Icíar Bollaín

Fotografía de Javier Agirre

Con Blanca Portillo, Luis Tosar, María Cerezuela y Urko Olazábal entre otros

           

           Antecedentes

He de decir que antes de acudir al cine a ver Maixabel, la nueva película de Icíar Bollaín, ya conocía la historia del asesinato de Juan Mari Jáuregui, y la de su mujer Maixabel Lasa y el terrorista Etxezarreta, que participó en el asesinato de Jáuregui. Fue gracias a la serie documental ‘ETA, el final del silencio’ de Jon Sistiaga, de siete episodios. Una serie de gran factura y enorme calado social, que ahonda en el conflicto terrorista con buena documentación histórica, amplitud de personas implicadas y estructurada desde diversos ángulos. En su primer capítulo, Zubiak, puentes en castellano, aparecía Maixabel Lasa comiendo en su sociedad gastronómica con Ibon Etxezarreta, uno de los etarras que participó en el asesinato de su marido. La historia de Maixabel, de querer conversar con terroristas, conmueve, porque supone un avance enorme de sanar: explicarse, hablar, comunicar el dolor, dejar la rabia a un lado y que brote la compasión, el perdón.

Luego esta una cuestión espinosa, abordar un tema que ha sido tan sangrante y tan doloroso para la sociedad española, pero sobre todo para la vasca, es jugar con dinamita: a la mínima todo puede saltar por los aires, caer en el perogrullo, en lo posición oficial, dominante y acusadora o en lo lacrimógeno. Por eso propuestas como la serie de Sistiaga son de alabar. No se disfraza la realidad, se muestra tal cómo era, y se traza con bisturí el corte irreparable.           

Antes de ver Maixabel me había abierto el apetito esta reseña de Marta Medina en El Confidencial. Luego está un hecho consistente, y es que considero a Icíar Bollaín una de las grandes directoras de cine de nuestro país. La entrevisté para ABC cuando estrenó El Olivo y me convenció su discurso, sus premisas visuales y su cine siempre posicionado en mostrar otros ángulos, en visibilizar cuestiones capitales.






Sanar

Con todos esos precedentes de su parte, y el buen hacer de Bollaín resumo diciendo que Maixabel me gustó mucho. Porque busca sanar. Quiere restituir el dolor ahí adherido, por sentimientos que reparan, que sanan y liberan. La película busca las aristas. Porque a pesar de ser una película de dolor, de desgarro, de lágrima. No se queda ni se regodea en el efectismo. Un guión construido mano a mano junto a Isa Campo que les habrá producido muchos quebraderos de cabeza. Pero donde los diálogos son ágiles, no buscan el efectismo fácil y ahondan en la trascendencia de los actos decisivos, de los cambios que consiguen hacernos avanzar.

El reparto es de auténtico lujo con una Blanca Portillo pletórica, soportando y equilibrando la tensión vital de su personaje, Maixabel. Un Luis Tosar, en el papel de terrorista Etxezarreta, que capta el punto tosco de la personalidad abertzale, pero que evoluciona hacia otro lugar de autocrítica y de cuestionamiento. También merecen mención especial María Cerezuela y Urko Olazábal, y el resto del reparto.

La fotografía de Javier Agirre imprime esa atmósfera agobiante, esa tensión, atemperada con esos paisajes vascos de naturaleza en estado puro, del portento natural de los montes vascos y el contraste con las zonas urbanas e industriales. Paisajes portentosos, y pasados por agua. Logros como ese cambio de plano de la lluvia en los cristales de un coche, y de las lágrimas de Maixabel dentro del coche.

En definitiva una película de enorme factura que pretende curar heridas y cicatrizar el dolor. Anima a poder expresarse para reconciliarse, para que surja la compasión, el acompañamiento y el perdón. Y así, de esa manera crecer hacia otra sociedad donde la convivencia ilumine el horizonte.