miércoles, 18 de febrero de 2015

CINE / CRÍTICA 'LA ISLA MÍNIMA'



*Recupero una entrevista Julio de la Rosa, publicada la semana pasada en notodoesindie.es Con motivo de su Goya a la Mejor Banda Sonora por La Isla Mínima en este año 2015.




             LA ISLA MÍNIMA (España)
Año: 2014
Duración: 105 minutos
Director: Alberto Rodríguez
Guión: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos
Música: Julio de la Rosa
Fotografía: Alex Catalán
Productora: Atresmedia Cine / Atípica Films / Sacromonte Films.
Distribuidora: Warner
 



            Podemos decir sin ningún género de dudas que La Isla Mínima es de las mejores películas que se han hecho en nuestro país en los últimos años. Y no sólo a toro pasado tras conseguir diez premios Goya 2015 el pasado sábado 7 de febrero. Los premios no siempre reflejan todo el trabajo y el talento que hay detrás de una obra. Los premios ayudan pero no son lo único. Pero en este caso los premios se han aliado con este gran thriller. Ya lo hicieron en el pasado Zinemaldia de San Sebastián premiando al mejor actor (Javier Gutiérrez) y a la fotografía.

Y es que ‘La Isla Mínima’ no es un thriller cualquiera, es un thriller con sustrato, con varias tramas, muy bien ambientado (de eso tiene la culpa la fotografía, las localizaciones, la banda sonora, el vestuario, entre otros elementos), muy bien interpretado (fantásticos los dos policías que interpretan Javier Gutiérrez (Goya al mejor actor) y Raúl Arévalo; también Antonio de la Torre, Nerea Barros (Goya a la mejor actriz de reparto) o Jesús Castro (protagonista en El Niño), con una fotografía de Álex Muñoz sorprendente (y unas fotografías aéreas espectaculares de Héctor Garrido (fotógrafo del CSIC), de los paisajes fractales). Cuenta con un guión muy bien labrado por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos (fiel colaborador de Rodríguez), una intriga creciente sobre el asesinato de dos adolescentes hermanas que se bifurca en otras líneas, con un señor andaluz terrateniente por medio, con los jornaleros en huelga pidiendo un sueldo digno, con el trapicheo propio de las rutas de entrada de droga, la dureza de la vida rural,  y la sensación de miseria y de poco futuro de esa tierra. 

Todo ello rodado en un paisaje que encandila y atrapa, al mismo tiempo que te hace sentir enjaulado. Navegar por esos caminos que se convierten en laberintos, de tierra y agua. Las marismas del Guadalquivir son el escenario ideal, para una historia ambientada en la década de 1980, con la transición cerca y el pasado oscuro de uno de los policías destinados a resolver el doble crimen. Tiene mucho de mágico ciertos lugares o ermitas, esa mujer que lee el pasado y el futuro, y esa calima de polvo y sudor, de luchar por la vida: aquel buscavidas ladrón y cazador de animales que se conoce al dedillo esas tierras, y que al final acaba ayudando gratis a los policías, el chaval Quini y su lado arrogante con los policías, su aureola turbia y ese carácter bribón con las chicas; la confesión borracho del que fue novio de otra chica asesinada; los padres de Carmen y Estrella (las chicas asesinadas); las compañeras de clase de las chicas; la finca que se alquila; el fotógrafo del diario de sucesos el Caso; los chanchullos de la Guardia Civil y del Gobernador, etcétera… Todo son elementos que están en su justo sitio. Que hacen que la película transmita angustia, intriga, injusticia, y que sirva de retrato de una sociedad la española, la andaluza, que por mucho que tenga muchas cosas que cambiar a mejor, tiene garra y sigue adelante.

Todo parte de un lugar común a muchos thrillers, un crimen (en este caso doble) pero que toma múltiples direcciones, por un escenario que limita pero que enriquece la imagen, por un reparto espectacular y por el trabajo de un equipo en el que Alberto Rodríguez confía plenamente desde hace años y con el que repite, desde la fotografía hasta la música (la música de Julio de la Rosa se adapta como anillo al dedo a la trama) y el guión, pasando por actores como Antonio de la Torre. Y eso se nota. La lucha por sacar un cine con sabor andaluz y mostrar la fortaleza del terruño y la grandeza de una gente, que se crece pese a las dificultades. CINE con mayúsculas. Es un homenaje al cine de autor, a la tierra andaluza, a la España rural y a su pasado histórico aún no superado; pero sobre todo a las gentes de los sitios remotos y perdidos, a qué existen, a que están ahí. A sobrevivir pese a todo. 










jueves, 12 de febrero de 2015

CONCIERTO / MÚSICA CLÁSICA: MARIA JOÃO PIRES & JULIEN LIBEER









   * Conciertos que emocionan     
      
 Pasado y presente: conectando generaciones a través   de los clásicos

                XX CICLO GRANDES INTÉRPRETES revista Scherzo
   MARIA JOÃO PIRES & JULIEN LIBEER, piano (y piano a cuatro manos)
   OBRAS DE SCHUBERT, BEETHOVEN Y RAVEL
                Jueves 6 de febrero de 2015
                Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música (Madrid)

              Existe música celestial, o música reveladora e inspiradora, que te transporta a otra dimensión, que traspasa los límites musicales y que crea vanguardia frente a las tendencias musicales de su época. Un concierto de música clásica, de cámara, puede ser trascendente cuando los músicos se alían con los compositores y captan su emoción y replican la técnica, y amplían el espectro de la obra. El resultado es redondo, si además todo ello se rodea de un programa ideal. Una selección con compositores clásicos puede cautivar y parecer rompedor: compositores de la talla de Franz Schubert y Ludwig Van Beethoven con el estilo más modernista de Maurice Ravel. Resultó revelador esa combinación de clasicismos, unos más que otros, ese querer arriesgar (Beethoven con su última Sonata para piano nº32), de avanzar, de técnica (la complejidad de Ravel en ‘Le Tombeau de Couperin’ con tintes de danzas polonesas e incluso españolas), de  capacidad compositiva (esa fantasía en Fa Menor, D940 de Schubert es deslumbrante).   
         
   Luego existen intérpretes como la pianista portuguesa Maria João Pires, que saben captar la emoción y la esencia de las obras, ella misma afirma que “no se puede tocar bien una obra que no se ama”. Lo cual se olvida en muchas ocasiones, en pro de la técnica (que también, a pesar de ser evidente su presencia). Y que a pesar de su artrosis enseña y cultiva a lo nuevos talentos desde la pedagogía en diversos conservatorios y desde su propia escuela que tuvo en Portugal.

              
               El ciclo de Grandes Intérpretes cumple este año su vigésimo aniversario trayendo a Madrid a los grandes pianistas mundiales. Para esta ocasión contábamos con una pianista habitual en su programación, Maria João Pires (1944), junto a uno de sus discípulos como el joven y versátil pianista belga Julien Libeer (1987). Podría ser una de las últimas veces que veamos a la Pires.

             Y fue un encuentro sublime entre maestra y alumno. Con una magnífica conexión en las dos piezas que interpretaron a cuatro manos, con una naturalidad al pasar las partituras. De los dos Schubert (entre ellos el Lebensstürme) a cuatro manos cautivó sobre manera la Fantasía en Fa Menor, D 940 (compuesta en 1828) de Franz Schubert que contiene la esencia del universo de cámara del compositor austriaco, es pura intimidad, pura atmósfera.     

  

                En solitario, Maria João Pires, nos deleitó con la sublime última Sonata de Beethoven la Sonata nº 32 en Do Menor, op.111 (de 1822). Una sonata rompedora para su época que se compone de dos tiempos, con la fuerza del Maestoso (primer tiempo) lleno de brío, fuerza y pasión, que demuestra el carácter imponente, la fuerza, la clase y el temple del músico  alemán. Y un segundo tiempo, la Arietta, que tiene en su parte intermedia un desarrollo que podría anticipar el be bop jazzístico, es un adagio simple y cantarín. Tiene algo de sorprendente y mágico. Y la intención de prolongar los límites de la sonata y de la música clásica más allá. Y que la Pires supo llevar a su terreno, a su capacidad para emocionar y transmitir la raíz, la magia de la obra. Hechizante y apabullante.

                
          Por su parte el joven Julien Libeer, de 27 años, nos deleitó en solitario con Le Tombeau de Couperin (de 1919), una pieza deliciosa de Ravel en seis tiempos (preludio, fuga, forlane, rigaudon, menuet y tocata), dedicada a seis caídos en la 1ª Guerra Mundial. Seis tiempos con sus acentos, sus pasajes intimistas, su vivo preludio, sus aires de danza y polonesa, su magnífica elegancia, su fabulosa harmonía y el contraste de tiempos vivos con otros más reposados. Aires paganos, con toda la solemnidad que incita el homenaje, queda de manifiesto la singularidad de Ravel, su clase y virtuosidad, así como realiza un guiño a la grandeza de la vida. Libeer recoge toda la emoción y demuestra su técnica en una pieza de contrastes, donde reside la tristeza y el coraje. Toda esa combinación de dos astros, el joven y la maestra, en un diálogo abierto de respeto, de admiración y de continuación o incluso de relevo, hizo del concierto  del jueves pasado una experiencia fascinante y gozosa.