* Conciertos que
emocionan
Pasado y presente:
conectando generaciones a través de los clásicos
XX
CICLO GRANDES INTÉRPRETES revista Scherzo
MARIA JOÃO
PIRES & JULIEN LIBEER, piano (y piano a cuatro manos)
OBRAS DE
SCHUBERT, BEETHOVEN Y RAVEL
Jueves
6 de febrero de 2015
Sala
Sinfónica del Auditorio Nacional de Música (Madrid)
Existe
música celestial, o música reveladora e inspiradora, que te transporta a otra
dimensión, que traspasa los límites musicales y que crea vanguardia frente a
las tendencias musicales de su época. Un concierto de música clásica, de
cámara, puede ser trascendente cuando los músicos se alían con los compositores
y captan su emoción y replican la técnica, y amplían el espectro de la obra. El
resultado es redondo, si además todo ello se rodea de un programa ideal. Una
selección con compositores clásicos puede cautivar y parecer
rompedor: compositores de la talla de Franz Schubert y Ludwig Van Beethoven con
el estilo más modernista de Maurice Ravel. Resultó revelador esa combinación de
clasicismos, unos más que otros, ese querer arriesgar (Beethoven con su última
Sonata para piano nº32), de avanzar, de técnica (la complejidad de Ravel en ‘Le
Tombeau de Couperin’ con tintes de danzas polonesas e incluso españolas), de capacidad compositiva (esa fantasía en Fa
Menor, D940 de Schubert es deslumbrante).
Luego existen
intérpretes como la pianista portuguesa Maria João Pires, que saben captar la
emoción y la esencia de las obras, ella misma afirma que “no se puede tocar
bien una obra que no se ama”. Lo cual se olvida en muchas ocasiones, en pro de
la técnica (que también, a pesar de ser evidente su presencia). Y que a pesar de su artrosis enseña y cultiva a lo nuevos talentos desde la pedagogía en diversos conservatorios y desde su propia escuela que tuvo en
Portugal.
El
ciclo de Grandes Intérpretes cumple este año su vigésimo aniversario trayendo a
Madrid a los grandes pianistas mundiales. Para esta ocasión contábamos con una
pianista habitual en su programación, Maria João Pires (1944), junto a uno de
sus discípulos como el joven y versátil pianista belga Julien Libeer (1987).
Podría ser una de las últimas veces que veamos a la Pires.
Y fue un encuentro sublime entre maestra y alumno. Con una magnífica conexión en las dos piezas que interpretaron a cuatro manos, con una naturalidad al pasar las partituras. De los dos Schubert (entre ellos el Lebensstürme) a cuatro manos cautivó sobre manera la Fantasía en Fa Menor, D 940 (compuesta en 1828) de Franz Schubert que contiene la esencia del universo de cámara del compositor austriaco, es pura intimidad, pura atmósfera.
Y fue un encuentro sublime entre maestra y alumno. Con una magnífica conexión en las dos piezas que interpretaron a cuatro manos, con una naturalidad al pasar las partituras. De los dos Schubert (entre ellos el Lebensstürme) a cuatro manos cautivó sobre manera la Fantasía en Fa Menor, D 940 (compuesta en 1828) de Franz Schubert que contiene la esencia del universo de cámara del compositor austriaco, es pura intimidad, pura atmósfera.
En
solitario, Maria João Pires, nos deleitó con la sublime última Sonata de
Beethoven la Sonata nº 32 en Do Menor, op.111 (de 1822). Una sonata rompedora
para su época que se compone de dos tiempos, con la fuerza del Maestoso (primer
tiempo) lleno de brío, fuerza y pasión, que demuestra el carácter imponente, la
fuerza, la clase y el temple del músico alemán.
Y un segundo tiempo, la Arietta, que tiene en su parte intermedia un desarrollo
que podría anticipar el be bop jazzístico, es un adagio simple y cantarín.
Tiene algo de sorprendente y mágico. Y la intención de prolongar los límites de
la sonata y de la música clásica más allá. Y que la Pires supo llevar a su
terreno, a su capacidad para emocionar y transmitir la raíz, la magia de la
obra. Hechizante y apabullante.
Por
su parte el joven Julien Libeer, de 27 años, nos deleitó en solitario con Le Tombeau de Couperin (de 1919), una pieza deliciosa de Ravel en seis tiempos
(preludio, fuga, forlane, rigaudon, menuet y tocata), dedicada a seis caídos en
la 1ª Guerra Mundial. Seis tiempos con sus acentos, sus pasajes intimistas, su
vivo preludio, sus aires de danza y polonesa, su magnífica elegancia, su
fabulosa harmonía y el contraste de tiempos vivos con otros más reposados.
Aires paganos, con toda la solemnidad que incita el homenaje, queda de
manifiesto la singularidad de Ravel, su clase y virtuosidad, así como realiza
un guiño a la grandeza de la vida. Libeer recoge toda la emoción y demuestra su
técnica en una pieza de contrastes, donde reside la tristeza y el coraje. Toda
esa combinación de dos astros, el joven y la maestra, en un diálogo abierto de
respeto, de admiración y de continuación o incluso de relevo, hizo del
concierto del jueves pasado una experiencia
fascinante y gozosa.
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