El nuevo latido de la música clásica
La música clásica rejuvenece en manos de jóvenes intérpretes,
de pianistas como Daniil Trifonov o Igor Levit. Es un género que posee un
enorme valor histórico y musical. Un lavado de cara, dejar de lado el rollo
estirado de sus formas y conectar con nuevas audiencias le permitiría un
resurgir necesario.
Por Andrés
Castaño
La noche del pasado martes el concierto
de Igor Levit dentro del ciclo de pianistas de la revista Scherzo me devolvió
alguna esperanza en un nuevo renacer de la música clásica. No en las obras y
compositores, que son clásicos y sus obras datan de siglos, excepto en el caso
de la música clásica contemporánea, más vanguardista y por ello más compleja e
inaccesible a todo tipo de públicos. Pero sí en cuanto a la conexión de los
intérpretes con el público. Y su función de acercar la música a nuevos
públicos.
Igor Levit ofreció un concierto
sublime interpretando las tres últimas sonatas para piano de Ludvig van
Beethoven de manera impecable en técnica y desbordante en pasión y emoción. Incorporando
las maneras de la música popular: cierto histrionismo, gestos, algún zapateo, y
mucha expresividad que se agradece en un mundo bastante hierático, poco dado a
sobre gestos, a exageraciones, por pudor o por mantener las formas. Igor Levit
representa, entre otros jóvenes pianistas un soplo de aire fresco, una
esperanza. Gracias a la invitación de mi madre pude disfrutar de semejante
espectáculo de primer orden, y también le agradezco su capacidad para sorprenderse con novedades, como la que
aporta Igor Levit.
La música clásica hace tiempo que
permanece en la ortodoxia. En lo canónico. Pero de pronto parece que se abre la
puerta a la esperanza, al cambio. Esa nueva brisa, sopla bajo los aires de una
nueva generación de músicos. El primero quizás fue James Rhodes (46 años), con
el impacto mediático que supuso, y del que valoro su coraje para escribir Instrumental, su pasión y su manera de
divulgar la música clásica entre el gran público ya fuese mediante sus
conciertos, introduciendo cada pieza que interpreta, con sus columnas en la
prensa escrita o en televisión. Aparte de su posicionamiento y movilización
contra el abuso infantil. No es casualidad que Rhodes también fuera de los que
aplaudieran y se levantaran para alabar la maestría de Levit en la sala
sinfónica del Auditorio Nacional de Música.
He visto en este 2021 en directo a dos
pianistas de menos de 35 años, el ruso Daniil Trifonov (30 años) y Igor Levit
(34), nacido en Rusia pero nacionalizado alemán, suponen un revulsivo y una
brizna de aire fresco al anquilosado aire de la música clásica, repleta de
tótems, de intocables, de muchas imposturas y de unos dogmas férreos que
impiden una mayor amplificación.
Mi amiga Andrea Farré, melómana de
pro de música popular, y desde hace años de música clásica, me decía que la
música clásica tiene tanta fuerza para disfrutarla tal cual. Sin necesidad de
acercarse por ese nuevo clasicismo, de fusiones con la electrónica, que
encumbraron pianistas como Ólafur Arnalds, Peter Broderick, Max Richter, John
Hopkins o Dustin O’Halloran, o de la española Marta Cascales Alimbau, entre
muchos otros. En ese nuevo clasicismo que dibujó tan bien el periodista Javier
Blánquez en su libro digital Una invasión
silenciosa. Cómo los autodidactas del pop han conquistado el espacio de la
música clásica, editado por Capitán Swing en 2014.
Resulta que frente a tendencias más
contemporáneas, la clásica puede conectar con nuevas audiencias si se busca esa
historia, si se muestra el lado más didáctico, cercano, inmediato pero sublime
de las obras. Y luego se profundiza en el más complejo de obras y compositores.
Si los intérpretes se acercan al público fuera de esa aureola de postín, de
carácter impoluto y sagrado. La música clásica es sacra, sí, pero también no es
puro intelecto. También se disfruta con los sentidos y llega de manera primaria
al oyente. Ahí es donde pianistas como Trifonov, Levit, Rhodes, María Linares
(20 años), Mar Valor (21 años), o Javier Perianes (42 años) conectan con nuevas
audiencias por cercanía, por adoptar las maneras del concierto de música
popular, con el respeto del silencio, sí, pero adoptando formas más distendidas
fuera del hermetismo del entorno clásico. El futuro está ahí, y también suena
clásico.
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