CINE/
Tenéis que venir a
verla
Escrita y dirigida por
Jonás Trueba
Con Itsaso Arana, Vito
Sanz, Francesco Carril e Irene Escolar
Montaje: Marta Velasco
Fotografía: Santiago
Racaj
Dirección de Arte:
Miguel Ángel Rebollo
¿Cambio o continuidad?
Jonás Trueba lleva una temporada de autoafirmación y
consolidación de su estilo propio, de indagación en la realidad más cercana y
de abordar aquello que le inquieta, que le apela, que le remueve. Transita por
aquellos terrenos donde los proyectos más personales se mezclan con la realidad
más concreta. Y en los que incluso cuestiona la irrealidad, sucede aquí en
‘Tenéis que ir a verla’ a partir de unos versos de la poeta Olvido García
Valdés.
Después de proyectos tan logrados como ‘La Virgen de Agosto’
(2019) o el largometraje documental ‘Quién lo impide’ (2021), premiado con el
Goya, ‘Tenéis que ir a verla’ parece como una película menor, pero no, eso será
en apariencia por su duración: 64 minutos. ‘Tenéis que ir a verla’ perfila su
poso vital, su lado intelectual, a través de dos parejas, 4 actores de los que
3 de ellos son habituales en el cine de Trueba, y que sin demasiadas
florituras, ni dramatizaciones excesivas, bordan sus papeles, porque captan la
esencia de la emoción de cada carácter. Eso es un acierto de director e
intérpretes, que captan al dedillo lo que quieren transmitir. Dos parejas se
encuentran en el concierto de Chano Domínguez en el Café Central después de la
pandemia. Una pareja de ha ido a vivir a la sierra y les cuentan las novedades,
y les invitan a su casa: “tenéis que venir a verla”. Todo bien aliñado con ciertos
silencios, las miradas, las complicidades, las confesiones y ese punto de
sincerarse.
Trueba juega a su ritmo y empieza su película con la música
Chano Domínguez interpretando la canción “Limbo” (fruto de las sensaciones
provocadas por el confinamiento) y con primeros planos de los 4 protagonistas,
en una declaración de intenciones, de indagación de sensaciones, de lo que la
música, la literatura, el pensamiento, incide en el ser. La música elegida
encaja a la perfección con los sentimientos expuestos: además de Domínguez,
Bill Frisell, Grégoire Mairet y Bill Callahan, captan esas sensaciones de
cambio, esas atmósferas de desubicación y de búsqueda.
Viendo a la película contemplamos los efectos de estos
tiempos recientes y su incidencia. Mientras la vida pasa, algunos cambios se
suceden. Algunos duelen. Y planea la duda eterna sobre si estamos ¿Dónde
estamos? ¿Hacia dónde vamos? Y sobre la evolución de las relaciones. Los
cambios que nos hacen madurar, o dar un paso hacia otras realidades. Aparece de
manera frontal el debate entorno al ensayo “Has de cambiar” de Peter
Sloterdijk. Cuestiones sobre la vida y sus tránsitos, los cambios de etapa
vital. En el cine Jonás Trueba gira algo del planteamiento rohmeriano de la
vida. La película transcurre entre conversaciones, un concierto, un viaje en
tren, una comida, una partida de ping pong y un paseo por el campo. Con un aire
mundano y a la vez filosófico. Un punto intelectual de la vida, que hay quien
no lo soporta porque le parece impostado, a mí me parece que Trueba es así y no
lo esconde. Y voy más allá. Lejos del postureo, de la pose, este cine me llama,
me toca, me cuestiona, me conecta. Y eso es algo que yo busco en una obra
audiovisual. Aunque Trueba dé un quiebro formal (utilizando Súper 8) en el final, acabando con un punto
abrupto y aderezado por su levedad poética: Trueba nos conecta con la vida.
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