TEREBRANTE
Texto,
dirección, espacio y vestuario: Angélica Lidell.
Intérpretes:
Angélica Lidell, con la participación de Saité Ye, Gumersindo Puche y Palestina
de los Reyes.
Teatro Auditorio San Lorenzo del Escorial
Domingo 28 de noviembre de 2022
EL DOLOR COMO
REVULSIVO
Por Andrés Castaño
Angélica Lidell hace años que vuela libre y a su aire,
creando desde donde le sale de los ovarios. Generando su propio recorrido sin
aspavientos, elaborando una magia escénica con toda su sustancia. En esa
trayectoria, el ejercicio de esa libertad le lleva a buscar en los márgenes de
lo escénico, a provocar al espectador, a jugar al impacto, a salirse de lo
establecido y jugar con un imaginario rico en representaciones. Gusta e
impacta, conmoviendo y enmudece allí por donde pasa. Signo de ello es que este
montaje es una buena coproducción del festival Temporada Alta, el CDN Orléans /
Centre Val de Loire, ERT Emilia Romagna Teatro Fondazione e IAQUINANDI.
Terebrante se
mueve en la acción, en lo iconográfico, en el mundo de las pulsiones y de los
placeres dionisiacos, en el poder del inconsciente más mordaz y arrebatador. El
foco no está en lo textual. Solo cuenta con unos breves textos, proyectados en
la pantalla del fondo del escenario, escritos a raíz de declaraciones de Manuel
de los Santos Pastor, El Agujetas. Buscando las causas, la raíz del flamenco en
el dolor, en todo ese quejío que
surge de lo vivido, de lo llorado, de lo dolido, de lo jodido. La creación
tiene ese texto inicial seguido de un momento glorioso con la Lidell poniéndose
unos zapatos y taconeando con las bragas bajadas. En una especie de coña
cómica, prueba de fuego para no romper la lencería. Luego fuma en escena, y
prolonga ese fumar al culo y al coño. No hay filtros, no hay límites. Lidell en
su salsa, a su bola.
Luego
conjuga una imaginería nutrida, de corte iconoclasta, que exhibe cierta sorna y
burla, donde angelitos, una bandera con un parecido a la Palestina y el
revuelco de la propia Lidell en la bandera, guitarras, cuelgan sobre la escena
o se estampan. Podríamos decir que Lidell roza el surrealismo o simplemente que
lo atrapa por momentos. Su poder escénico es indudable. Aunque no sea vea un
hilo conductor, está la causa del flamenco, la raíz de la seguiriya, por lo que
tiene de oscuro y trágico. Hay algunos paralelismos con El Agujetas, aparece en
escena una mujer oriental, el cantaor tenía una mujer japonesa; el cantaor
también empinaba el codo de una manera excesiva, Lidell se vierte botellas y
botellas de vino, cerveza y destilados, dándole algún lingotazo entre litro y
litro que corre por su cuerpo. Exuda excesos, sin contención, queriendo atrapar
esa esencia de la causa, de la creación. Sorprende ese momento de quietud
barroca con un contratenor sentado, cantando divinamente, como arropado por
ella ¿Mística ante la decadencia? ¿Belleza y barbarie al mismo tiempo?
Con Lidell la estrategia es dejarse llevar, sorprender, impactar. No tiene mucho sentido buscar una lógica lineal. La provocación en ella reside en la interpretación del acto en sí, ella se ubica al margen del eje decoroso / indecoroso. Su juego consiste en saltarse las normas, en epatar, impactar más allá de lo que sea correcto o no. Sale a la vista su espíritu punk, su capacidad para estirar la representación y darle una vuelta a lo explícito, llevarlo a lo extremo, a lo excesivo, a la reiteración, a lo explosivo. En ese recurrir a imágenes concisas y precisas, repetirlas y coreografiarlas, exponerlas de una manera clara, hay una intencionalidad, desde luego, pero el espectador no llega siempre a desvelarla. El final es una orgía dionisiaca, un chorreo de alcohol, un estallar etílico, con un pequeña altar al cante, silla, flores mediante. Todo ello converge en un momento fin de fiesta por todo lo alto bailando Blondie, y luego con un bis del “Laberinto de Amor” de Camela no puede ser más de feria. Terenebrante, como una mezcla entre lo tenebroso del alma y el quebranto, el dolor más hondo. Vida vivida hasta el límite.