Rodin – Giacometti
Prórrogada hasta el domingo
23 de agosto
Comisariado: Catherine
Chevillot / Catherine Grenier
Comisario adjunto: Hugo Daniel
Fundación Mapfre
Paseo de Recoletos, 23
<C> Recoletos / <M>
Colón
Horario: lunes de 17 a
21 horas / de martes a domingos (y festivos) de 11 a 15 horas y de 17 a 21
horas
Entrada: 3 euros / reducida
2 euros / gratuita (lunes no festivos de 17 a 21 horas).
https://www.fundacionmapfre.org/fundacion/es_es/exposiciones/sala-recoletos/tarifas.jsp
https://www.fundacionmapfre.org/fundacion/es_es/exposiciones/sala-recoletos/tarifas.jsp
Gratuita para el personal
sanitario, cuerpo de bomberos y fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (2
entradas por persona).
El maestro clásico y el
discípulo libre
Era algo necesario volver a la vida después del aislamiento.
Reencontrarse con la cultura en vivo. Con las exposiciones, y en este caso adentrarse
en el universo de la escultura. Impregnarse de esos mundos, con todo lo que
estimula, conmueve y genera. Dejarse impactar por las obras, los bustos, los
cuerpos, los detalles de las creaciones, de dos artistas clásicos que son hitos
en la historia del arte moderno, uno más clásico (Rodin) y otro más
vanguardista (Giacometti).
Las
exposiciones que muestran un tándem artístico sirven de reflejo histórico:
aportan perspectiva, crean un diálogo, muestran los pasos, la evolución
creativa. Muestran influencias entre uno y otro artista. Proyecciones entre
maestro y alumno, entre referente y continuación, o punto y aparte. Recuerdo
una que me marcó de Picasso y Degas que pudo verse en el Museo Picasso de
Barcelona en 2010. Era poderosa la influencia de Degas en Picasso. Curioso
porque el malagueño rompió muchos moldes con su estilo cubista. Pero sus
inicios estuvieron marcados por su época rosa y su época azul.
La
presente muestra aborda el universo de la escultura. Los cuerpos, las formas,
los volúmenes, los detalles… Todo ello condensado en yesos, bronces,
terracotas, a través de dibujos, bocetos y junto a fotos de los dos artistas en
sus respectivos estudios. Cuando hablamos del francés Auguste Rodin (París,
1840 - Meudon, 1917) y el suizo Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza,
1901 - Coira, Suiza, 1966) mencionamos de dos de los grandes escultores de las
historia del arte. Ambos residieron en París. Giacometti llega a París cinco
años después de haber fallecido Rodin, en 1922. Giacometti pertenece a dos
generaciones posteriores a Rodin, pero el influjo y cierto paralelismo está
ahí.
Observamos
en la muestra un respeto e inspiración de ambos por lo clásico (el arte
antiguo: Egipto, Roma, Grecia) y la importancia de los motivos heroicos,
religiosos, de celebración. Especialmente en Rodin (con su ‘Monumento a los
burgueses de Calais’) pero que busca desligarse de lo conmemorativo y
monumental buscando modelos personales (sean escritores como Honoré de Balzac o Víctor Hugo, personas ilustres
o desconocidos de su época) trabajando la deformación, el modelado, el
fragmento. Rodin capta emociones universales, ya sea a un hombre que piensa, a “La
llorona”, al amor, a la rabia o a la sorpresa. Giacometti, admiraba a Rodin al
contrario que muchos de sus contemporáneos que le consideraban demasiado tradicional.
El suizo explora en una breve etapa el neocubismo, pasa al surrealismo (ambas
tendencias brevemente ilustradas en la muestra) para volver a la figura humana
como centro de su trabajo. Sus dibujos, sus bocetos son finos, precisos,
muestran un dominio de la técnica y una manera de canalizar su arte, su estilo
propio.
En
el arte existe ese trasvase, esa manera de fijarse en maestros, de tomar
lecciones de la grandeza del artista previo. Y eso se plasma en una exposición
que canaliza expresividad, que capta el sentir escultórico del siglo XIX y del
siglo XX. Se busca la evolución de un proceso a través de la serie, de la
repetición. Prácticas que sirven para probar. Rodin exagera formas, no busca la
perfección, sino que parece que la perfección llega a él de una manera singular.
Giacometti hace suyas unas dimensiones desproporcionadas, que hacen de la obra
su manera de concebir el espacio, a los seres. El suizo también mira al pasado,
pero busca trasladarlo a un presente concreto, particular. La exposición
ilustra la grandeza de ambos artistas, cada uno con sus características. Lo
sublime y majestuoso de Rodin, pero a la vez introspectivo, humano, a punto de
desbordarse. Las dimensiones de Giacometti, de esas figuras humanas sobre esas
plataformas, bandejas que conforman una superficie, un contexto. El final es
sublime con ese “Hombre que camina” de Rodin y “El hombre que camina” de
Giacometti, en un alegato por la condición humana inapelable, por transmitir
las emociones humanas. Consiguen ‘encender’, activar, rozar tiempo y espacio. Captando
las esencias por un instante, delimitando el universo a través de lo diminuto o
lo gigantesco de sus creaciones. El legado de las formas y de los sentidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario